La mayor parte de los migrantes alojados en el albergue ABBA son centroamericanos, principalmente provenientes de Honduras, Guatemala y el Salvador; la gran mayoría se dirige hacia Estados Unidos como la mayoría de los migrantes que transitan por México (Comisión Nacional de Derechos Humanos [CNDH], 2018; Gobierno del Estado de Guanajuato, 2019; Pardinas, 2018). En su trayecto, los migrantes suelen enfrentar hambre y climas extremos y muchos de ellos están expuestos a violencia, delincuencia, secuestros, extorsiones, violaciones a sus derechos y riesgo de muerte (Esparza del Villar et al., 2018; Quintero, en prensa). También se enfrentan a la discriminación y el rechazo (Niño et al., 2020) derivados de su condición de vulnerabilidad y desamparo, más que por una cuestión de racismo o xenofobia (fenómeno explicado por Rojas, 2018).
Bajo estos antecedentes, tuve la oportunidad de que la casa del migrante ABBA ubicada en Celaya me abriera las puertas para trabajar de 2017 a 2019 con migrantes, principalmente mexicanos y centroamericanos que iban de paso rumbo a Estados Unidos. El trabajo en el albergue ABBA consistió en programar diversas actividades con alumnos de la carrera de licenciatura en Psicología Clínica. Las acciones estaban dirigidas al autocuidado de migrantes, a la promoción de habilidades y recursos personales que permitieran a los migrantes continuar su camino, también se proporcionaban espacios de escucha y contenciones grupales e individuales. En las actividades grupales los migrantes podían compartir sus experiencias de tránsito y de vida en sus lugares de origen; lo que les permitía escucharse y retroalimentarse entre ellos. Estos espacios representaron una fuente de distensión, reconocimiento, aprendizaje, motivación, aliciente y apoyo.
Durante estos años escuché muchas historias tan particulares y únicas como cada migrante, pero también muy similares. Esta experiencia me permitió comprender la migración, conocerla y reconocerla desde una mirada más cercana; además de reflexionar y aceptar que, a pesar de que la migración era un tema del cual había leído mucho, en mí aún existía mucha ignorancia respecto a varias situaciones por las que atraviesan muchos migrantes. Mi objetivo con este texto es compartir parte de mi experiencia y reflexiones derivadas de esta escucha y de este trabajo realizado con los migrantes que tuvieron la confianza de compartir sus historias con otros migrantes y permitirme ser parte del acompañamiento en este proceso.
Desarrollo
Después de ir escuchando estas historias creció mi admiración, mi sensibilidad y mi respeto hacia ellos. Recuerdo cómo me impresionó que muchos de los migrantes que salían de casa sabían que su camino era riesgoso y entendían perfectamente cuánto y en qué medida lo era. Sabían que sería un trayecto difícil, cruel, doloroso y que podían incluso no regresar.
Algunas mujeres se preparaban tomando anticonceptivos porque sabían que serían violadas. Escuchar esto también me permitió reflexionar sobre ¿Qué podían estar viviendo en sus lugares de origen para que, aun sabiendo lo que podría pasarles decidieran salir?, ¿cuántas carencias estaban viviendo?, ¿cuánta violencia?, ¿cuántos riesgos?, ¿cuánto dolor? Al grado de que era mejor salir, que quedarse en casa. Sobre estas historias vividas en sus países también se habló mucho.
También comprendí cuánta esperanza había porque los escuché muy enfocados en dejar las condiciones adversas que atraviesan en sus lugares de origen y en poder ofrecerles una mejor condición de vida a sus familias. Para muchos, este viaje implicaba un “comenzar de nuevo”. Fueron pocos los que habían minimizado los riesgos del trayecto antes de salir de casa; en general, la mayoría conocía parte de la realidad que enfrentaría en su camino, muchos lo sabían porque lo escucharon de sus propios familiares que partieron antes que ellos, o porque era su segundo o tercer intento.
Como madre me costó entender (pero también por ser madre pude hacerlo) cómo algunas madres migrantes llevaban a sus hijos pequeños o bebés a cuestas. Muchos de estos niños llegaban al albergue con fiebre por estar sometidos en el camino a la intemperie, a climas extremos, a cambios de temperatura. Algunos padres y madres me explicaron cómo subían a sus bebés a “La Bestia”. También me sorprendió la actitud de los niños, muchos veían en el camino una aventura y en el albergue jugaban, se reían, se veían felices, tranquilos, al menos los que me tocó conocer.
Todas las historias implicaban emociones compartidas, emociones como el miedo, la impotencia, la frustración, la tristeza, el enojo, la culpa y el dolor. Todas estas emociones estaban sostenidas por la esperanza y el amor, muchas veces por un amor muy grande a su familia. En especial, las historias conllevaban sacrificios y renuncias que decidían asumir porque todos al partir buscaban una vida mejor, muchas veces ni siquiera para ellos mismos, sino para su familia, sus padres, hermanos o hijos.
Algunos iban por segunda o tercera vez, por lo que sabían que tendrían que trabajar mucho y que, tendrían que enfrentarse a un espacio que no les pertenecía, que constantemente les recordaría que no eran de ahí, que no era su hogar. En el camino, en su paso por México, encontraban violencia y rechazo; vale la pena decir que también encontraban personas buenas y que, el apoyo de estas personas, junto con el recibido por parte de las casas migrantes representaba, como lo señaló uno de ellos “una luz en el camino”, en este sentido, los apoyos recibidos en estas condiciones de sufrimiento y ante tantas adversidades representan una oportunidad de supervivencia.
Migrar para muchos implicó violencia, discriminación, rechazos, abusos, despojos, incertidumbre, frustración, crisis, añoranza, duelos… y duelos muchas veces interminables. Desde que cruzan la puerta comienzan a sentir dolor, es decir, comienzan a vivir duelo por las pérdidas, en ocasiones desde antes, desde que lo planeaban ya están sufriendo por lo perdido. Muchos dejan familias enteras, sabores, colores, olores, tradiciones, fiestas y amores.
Cierre
Se compartieron estas reflexiones personales con el propósito de que su lectura pueda generar mayor empatía y comprensión para quienes aún ven este proceso lejano y ajeno. Migrar implica comenzar de nuevo y adaptarse a un mundo desconocido, diferente y muchas veces hostil, por lo que es necesario que como sociedad seamos más amables y empáticos con las personas que migran básicamente con la única intención de buscar mejores condiciones de vida para ellos o sus familias; personas que en muchos casos son perseguidas, estigmatizadas y rechazadas. Además, existe un señalamiento social que responsabiliza a los migrantes de la delincuencia, se presentan muchos prejuicios y estigmas negativos alrededor de la migración que necesitamos eliminar; entendiendo que cualquier apoyo, actitud y trato amable que reciban puede aumentar las probabilidades de supervivencia y de éxito en su camino.
Escuchar estas historias desde la voz de quienes las viven, sensibiliza, conmueve e inevitablemente conlleva a derribar estigmas y prejuicios negativos, tal cual lo comentaron algunos de los alumnos con los que realicé este trabajo; lo que me lleva a pensar en la importancia de que algunos dirigentes, con la capacidad de tomar decisiones importantes y de movilizar acciones contundentes, escuchen más las historias desde la voz de quien las vive, y en este caso en particular desde los propios migrantes.
Con la intención de que este escrito pueda ser una oportunidad para reflexionar sobre nuestras propias miradas hacia la migración, quiero señalar que los humanos históricamente somos seres en movimiento y necesitamos resignificar la migración y con ello nuestra historia y la de nuestros antepasados migrantes. Alrededor de todos ellos hay historias de valor, de supervivencia, de resistencia, de dolor, de sacrificio, de esperanza y de amor. Sirva este breve escrito para reconocer su enorme valentía, su capacidad de adaptación, de resistencia y de perseverancia.
Yazmín Alejandra Quintero Hernández. Tel. (461) 598 5922 y 55 13 00 0457. Correo electrónico: jessaminey@yahoo.com; yazmin.quintero@ugto.mx
* División de Ciencias de la Salud e Ingenierías. Av. Ing. Javier Barrios Sierra No. 201 Esq. Av. Baja California, Ejido de Santa María del Refugio, C.P. 38140 Celaya, Guanajuato, México.