CNEIP
VOLUMEN  6  |   NÚMERO Migraciones  |  2024

Artículo de investigación
CNEIP
“Aprendes a Vivir con las Cosas Nuevas”. Vivencias de Familias Náhuatl Migrantes de Guerrero
“You Learn To Live With New Things.” Experiences Of Guerrero Migrant Náhuatl Families
DOI  https://doi.org/10.62364/cneip.6.2024.206
Camelia Domínguez Esteban*, María de Lourdes Vargas Garduño* y Ana María Méndez Puga*.
Universidad Michoacana de San Nicolas de Hidalgo

Citación
Domínguez-Esteban, C., Vargas-Garduño, M. de L., y Méndez-Puga, A. M. (2024). “Aprendes A Vivir Con Las Cosas Nuevas”. Vivencias de Familias Náhuatl Migrantes de Guerrero. Enseñanza e Investigación en Psicología Nueva Época, 6(Migración), 126-139. https://doi.org/10.62364/cneip.6.2024.206

Artículo  enviado 10-09-2023,   aceptado 14-12-2023,   publicado 26-02-2024.  

Resumen
La migración interna de las familias indígenas en México obedece sobre todo a la precaria situación económica de los lugares de origen. Tal es el caso de las familias que migraron de San Agustín Oapan, Guerrero a la ciudad de Morelia, donde se han constituido en una asociación civil, dedicada a la producción y venta de artesanías. El objetivo de este texto, es describir las principales vivencias asociadas al proceso migratorio experimentado por las primeras familias que se asentaron en Morelia. Para lograrlo, se realizó una investigación cualitativa centrada en la etnografía doblemente reflexiva. Entre los principales retos que enfrentaron, destacan: el idioma, la discriminación, la comida, el temor a lo desconocido; mientras que los recursos que les permitieron afrontar tales retos, fueron: la comunalidad, su cultura y la actitud resiliente. Se concluye que, a pesar de las dificultades, mejoró la calidad de vida de las familias y siguen vinculados a su pueblo originario.

Palabras clave
Comunalidad, identidad, resiliencia, discriminación, cultura indígena, recursos psicológicos


Abstrac
The internal migration of indigenous families in Mexico is due above all to the precarious economic situation in their places of origin. Such is the case of the families that migrated from San Agustín Oapan, Guerrero to the city of Morelia, where they have formed a civil association, dedicated to the production and sale of crafts. The objective of this text is to describe the main experiences associated with the migration process experienced by the first families that settled in Morelia. To achieve this, qualitative research focused on doubly reflexive ethnography was carried out. Among the main challenges they faced, the following stand out: language, discrimination, food, fear of the unknown; While the resources that allowed them to face such challenges were: communality, their culture and resilient attitude. It is concluded that, despite the difficulties, the quality of life of the families improved and they remain linked to their original people.

Keywords
Communality, identity, resilience, discrimination, indigenous culture, psychological resources


La migración interna se ha realizado desde varias décadas atrás. De acuerdo con Sobrino (2018), fue a partir del censo de 1895 que se registraron casos de este tipo de migración. Con base en el censo del año 2020, el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI, 2020a) reporta que los estados mexicanos que más inmigrantes recibieron fueron: Quintana Roo, Baja California Sur y Querétaro; mientras que las entidades de las que emigraron más personas fueron: Veracruz, Tabasco y Guerrero. Según la misma fuente, las causas de la migración interna son en su mayoría familiares (45.8%); 28.8% laborales; 4% por la inseguridad y la violencia. Esta situación ha prevalecido a lo largo de los años, aunada a otros factores. En particular, en Guerrero, entre 2015 y 2020, el 5.4% migró para radicar en otra entidad. Es relevante hacer notar que el estado de Guerrero es el que ha tenido el mayor saldo negativo migratorio de todo el país: en 2018 estaba en -2.8 y en 2020 llegó al -4.2%.

Por otro lado, el último censo (INEGI, 2020b), reporta 15.5% de personas hablantes de lengua indígena en Guerrero, por ende, está considerado como el cuarto de los siete estados con el más alto porcentaje en este rubro. Las lenguas indígenas más habladas en dicha entidad son, según la cantidad de hablantes: náhuatl, mixteco, tlapaneco y amuzgo; además, el 12% de ellos, no habla español. Entre la población que migra a otros estados, destaca la población indígena, puesto que suele ser la que vive en las condiciones más precarias. La migración de familias indígenas del campo a las ciudades y a los campos agrícolas se ha dado desde principios del siglo XX, aunque su estudio comenzó en los años 70, como plantean Granados Alcántar y Quezada Ramírez (2018). Como señala Glockner (2008) varias regiones del estado de Guerrero han vivido situaciones relacionadas con problemas por tenencia de la tierra, violencia y expulsión de familias completas, además de la violencia derivada del narcotráfico y del cultivo de la amapola (Nemecio, 2006). Si bien se hace referencia a los municipios de la montaña con especial énfasis en Metlaltonoc y Tlapa, es posible que también en otros sucedan situaciones similares.

La migración interna fue dándose en primer lugar de manera pendular y por temporalidades definidas, de modo tal que durante un tiempo las personas migrantes trabajaban fuera de su pueblo y luego regresaban a cultivar su propia parcela. No obstante, décadas después se fue transformando de modo tal que ya no regresaban a su pueblo, se quedaban permanentemente en el lugar receptor, a partir de las redes y de los “encadenamientos migratorios” (Lara Flores, 2011) que empujaron a familias y comunidades enteras a moverse entre municipios, regiones y países, es decir, se movían de una población a otra, hasta asentarse. Esto, provocado en gran parte por la situación de pobreza y exclusión, así como por la falta de políticas dirigidas hacia el campo, devastado en varios lugares, como fue el caso del grupo náhuatl participante en esta investigación.

De acuerdo con el INEGI, en el año 2020, el 8% de migrantes internos procedentes de Guerrero, llegó a vivir a Michoacán, donde la población hablante del náhuatl es de 12,022 personas (INEGI, 2020b). En Morelia viven desde hace 55 años un grupo de 25 familias de dicha entidad que integran una comunidad de aproximadamente 120 personas, procedentes de San Agustín Oapan, municipio de Tepecoacuilco de Trujano; desde entonces, mantienen su lengua y gran parte de su cultura. Han sobrevivido de la venta de artesanías en las ferias y fiestas patronales de los distintos municipios, así como en la capital del estado, que es donde tienen su hogar, aunque, como señalan Méndez-Puga y Vargas-Silva (2022) han territorializado parte de sus historias, manteniendo su hogar aquí y allá. Al igual que este grupo, hay otros que han salido del mismo pueblo para asentarse en ciudades turísticas como Guanajuato, Acapulco, Guadalajara, Puerto Vallarta, Puerto Escondido, entre otros.

Dada la riqueza de su experiencia al haber cambiado de residencia, de insertarse en un contexto cultural distinto preservando su cultura y su vinculación constante con su pueblo de origen, se llevó a cabo la investigación que dio origen a este texto, cuyo objetivo es: describir las principales vivencias asociadas al proceso migratorio experimentado por las primeras familias que se asentaron en Morelia.

 

La comunidad náhuatl de Guerrero en Morelia

Las familias que salieron de su pueblo en busca de una mejor vida, para subsistir y cubrir las necesidades básicas, conforman hoy una nueva comunidad. Originarios de San Agustín Oapan, migraron con la esperanza de que en ciudades turísticas como Morelia, podrían mejorar su condición de vida, ya que, cuando decidieron salir de su pueblo, a finales de los años 60, la sequía dificultaba los cultivos y la tierra ya no daba para más, como ha ocurrido con múltiples comunidades rurales, sean de origen indígena o no (Pintor-Sandoval & Israel-Cazares, 2021; Sobrino, 2018). Algunas de las primeras personas que llegaron a Morelia, comparten cómo vivieron ese proceso:

 

No fue rápido olvidar mi pueblo, o más bien nunca olvidas el pueblo, porque siempre extrañas, sea pobre, sea rico, chico grande siempre vas a querer regresar, porque uno es de pueblo porque uno nació aquí, porque, uno migra a veces porque en ese tiempo la siembra ya no daba, nada más por eso, no fue tan fácil adaptarse al principio (Mujer 1[1]).

 

Lo más difícil, fue dejar de sembrar porque, aunque ya no me daba la cosecha, creo que extrañaba, sembrar, fue creo lo más difícil, olvidar esa etapa de mi vida, es bonito lo que la tierra nos da, sólo que no sé, si fue una temporada mala, y pues nosotros teníamos qué buscar qué comer (Hombre 1).

 

Cinco varones fueron los pioneros que llegaron a Morelia aproximadamente en 1968; casi todos eran jefes de familia que viajaron a Michoacán a ofrecer sus artesanías. Primero llegaron a Uruapan y a Pátzcuaro, pero al conocer Morelia, les gustó tanto que decidieron asentarse en la ciudad a vender sus productos en los corredores de los portales de la zona centro. Como a la gente le agradaba su artesanía porque era diferente a las que acostumbraba ver: alfarería con distintas formas y gran colorido, quetzales o pinturas sobre las fiestas de su pueblo en papel amate, máscaras de barro, aretes de alambre amartillado, entre otras cosas; se dieron cuenta de que podían sobrevivir de sus productos. Así, fueron invitando a sus respectivas familias: nueras, yernos, primos y conocidos, construyendo redes (Cárdenas, 2014) y siendo parte de “encadenamientos migratorios”, al moverse en distintas ciudades (Lara Flores, 2011).

 

Las mujeres fabricaban las artesanías y los hombres las vendían, puesto que eran quienes hablaban un poco mejor el español. No obstante, al poco tiempo las mujeres también tuvieron la necesidad de salir, porque tenían que comprar alimentos y llevar a los niños a las escuelas públicas; esto las impulsó a aprender un poco el español; aunque no sin temor o vergüenza porque tenían poco vocabulario y no pronunciaban adecuadamente el español, por lo que las personas no comprendían lo que querían decir. También había quienes las discriminaban y les llamaban desde lejos: "Marías" o "Indias”. Durante las tres décadas que siguieron a su llegada, las familias se dedicaban a vender en las plazuelas y en los portales de Morelia; 8 familias vivían en una misma vecindad, que después vendieron los dueños y las familias se dispersaron, lo que dificultaba que tuvieran una organización comunitaria. Poco a poco se fueron vinculando con organizaciones de comerciantes, quienes les apoyaron para conseguir dónde rentar y espacios para ofrecer sus artesanías.

Las familias iban saliendo adelante para sobrevivir, hasta que sus posibilidades de venta se complicaron, ya que el 5 de junio de 2001 comenzó la reubicación de todos los comerciantes que vendían sus productos en el centro de Morelia. Aunque a muchos vendedores se les dio un lugar fijo donde trabajar, al grupo náhuatl no se le brindó esa oportunidad. Por tanto, se empezaron a organizar para constituirse en asociación civil, con la esperanza de gestionar espacios. Así, en ese mismo año, nació “Tikechihuaske Náhuatl Chikahuak, A.C.” (Acción y fuerza de la comunidad Náhuatl), con 15 familias; lo lograron gracias al apoyo de la Lic. Gela Fuentes, residente de Guanajuato, (actualmente finada) quien fue contactada a través de una tía de la Sra. G.E. Ella también impulsó la idea de gestionar un espacio comercial llamado “Hermandad indígena”, para que pudieran vender con seguridad sus artesanías, pero no se logró. Posteriormente, gracias a que su situación se fue dando a conocer a través de los medios, la Lic. Cristina Cortés los contactó y en 2002 logró apoyarles para gestionar, con el entonces gobernador Lázaro Cárdenas Batel, la donación del terreno que ahora ocupan las familias náhuatl. En ese espacio construyeron sus casitas de cartón y madera; no contaban con luz, agua ni pavimento; incluso, las autoridades municipales quisieron desalojarles debido a que los consideraban un asentamiento irregular por no tener escrituras, pero finalmente sus representantes pudieron aclarar la situación y no ocurrió el desalojo, gracias también al apoyo de toda la comunidad náhuatl. El 18 de octubre del 2006, se logró contar con las escrituras y en el 2008, una vez aprobado el proyecto, se comenzó la construcción de las casas.

La comunidad posee una organización interna que recupera algunos elementos de los cargos que se ejercen en San Agustín. En Morelia hay un comité que funge como autoridad en su comunidad; está integrado por tres roles principales: presidente, secretario y tesorero; y son apoyados por una comisión responsable del orden, que se encarga de llamar la atención cuando alguien genera algún problema o desorden en la comunidad, y ahí se sanciona con algún trabajo comunitario o faenas. Y si no se resuelve el problema, se lleva a la junta general, si es más grave. En su pueblo de origen hay un comisario, un suplente, una comisión de orden y los encargados de las fiestas: el fiscal, encargado de la iglesia y fiestas patronales; chopa mayores, son como los auxiliares del fiscal; luego están los xocoyoles, encargados de hacer trabajos de limpieza y cuidado del templo. Tanto en Morelia, como en San Agustín, todos duran un año en su cargo. Algo relevante al respecto, es que en su pueblo solo son varones quienes pueden desempeñar los cargos de comisario, suplente y el comandante de la comisión de orden; no obstante, en Morelia, son en su mayoría mujeres las que han ocupado los puestos de representación comunitaria, debido a que para la gestión de apoyos, había más confianza de parte del gobierno y de las instancias que podrían brindar colaboraciones, en que una mujer administrara. Esto fue empoderando a las mujeres y abriéndoles espacios de participación pública. Desde hace tres años, también participan los varones y se procura que haya hombres y mujeres en el comité.

De este modo, la comunidad ha ido creciendo. Durante varias décadas, los migrantes sostuvieron la costumbre de hablar sólo náhuatl al interior del espacio comunitario; para asegurarse de que no se perdiera su lengua; inclusive, los jóvenes con mayor preparación, daban clase de escritura en náhuatl a los niños y niñas. Además, como sucede en otros pueblos originarios, se procuró que las y los jóvenes se casaran con alguien de su mismo pueblo o cuya familia lo fuera; no obstante, con el paso del tiempo, se han ido casando con personas de otros pueblos indígenas o no indígenas. Esto ha implicado que se modifique la costumbre de preservar su lengua dentro de la comunidad, y se han ido adecuando algunas otras tradiciones; no obstante, la vinculación con su pueblo permanece y se hacen visitas, al menos dos veces al año: el día de San Agustín (26 a 28 de febrero) y en Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre). Las visitas al pueblo son fundamentales en la vida de la comunidad náhuatl, es un vínculo muy fuerte que se tiene con el pueblo, ellos dicen que “sus ombligos están ahí enterrados en esa tierra y que la tierra pide por ellos”; también dicen que hay santos muy fuertes y venerados que hacen que regresen a su pueblo ya sea para descansar unos días o para cumplir con sus obligaciones comunitarias. De este modo, la comunidad “Tikechihuaske Nahuatl Chikahuak, A.C.”, vive amando y cuidando su cultura, pero también adecuándose al contexto donde reside, y desarrollando procesos interculturales, como lo señala Urbalejo (2016) aludiendo a otras experiencias de mixtecos en Tijuana.

 

Método

La investigación se realizó desde el paradigma cualitativo. Fue un estudio basado en la etnografía doblemente reflexiva (Dietz, 2011), donde se conjugan la mirada emic, propia de la autora principal, quien pertenece a la comunidad náhuatl y generó el diálogo con las y los actores sociales; con la etic, sustentada por las dos últimas autoras que han interactuado con ellos desde hace al menos 10 años. Así, la construcción del proceso investigativo se fue tejiendo de manera dialógica entre las autoras y las personas participantes cuyas voces se comparten en el texto. Este entrecruzamiento de lo emic y lo etic, fue posible también por el diálogo en la lengua materna (náhuatl) y el interés de la comunidad por dar a conocer su experiencia a través de este texto. En concordancia con el enfoque etnográfico, se emplearon como técnicas fundamentales: la observación participante y la entrevista. La investigación, bajo esta perspectiva, no requiere de un diseño extensivo previo al trabajo de campo (Hammersley & Atkinson, 1994); más bien precisa de interacciones continuas que permitan comprender al grupo, entrevistas abiertas y diálogos informales, donde prevalece la actitud de escucha. Si bien la observación participante se ha llevado a cabo durante toda su vida por parte de la primera autora al formar parte de la comunidad náhuatl, las entrevistas específicas para este texto, se llevaron a cabo entre julio y agosto del 2023; cuatro parejas fueron entrevistadas en Morelia y dos en San Agustín Oapan.

Las personas que participaron fueron seis parejas de adultos que formaron parte del primer grupo de las 15 familias que llegaron a Morelia; cuatro parejas son personas adultas mayores y una, aún no cumple los 60 años. Los tres varones lograron estudiar la primaria, pero sus respectivas esposas no cuentan con escolaridad alguna.

 El procedimiento tuvo tres fases: la primera basada en la interacción intencionada con preguntas específicas de la entrevistadora e investigadora principal de este trabajo, con la finalidad de construir las preguntas para favorecer un diálogo más amplio, a partir de reflexiones sobre la historia de la comunidad; la segunda, en la que se diseñó la guía de entrevista que permitiera recuperar las vivencias de las primeras familias que migraron a Morelia; y la tercera, en la que se logró recuperar su experiencia migratoria, los cambios y las posibilidades, mediante las entrevistas mismas.

En el presente estudio se cuidaron los aspectos éticos de la investigación. El consentimiento informado se realizó de manera oral, en su propia lengua y se pidió autorización previa al comité directivo; se explicó a los participantes la intención del proyecto; además, que su participación sería voluntaria, que podrían dejar de colaborar en cualquier momento y se cuidaría su confidencialidad. Asímismo, de manera explícita se solicitó su permiso para integrar la información compartida para la publicación de un artículo.

 

Hallazgos

Dado que el objetivo del estudio fue describir las principales vivencias asociadas al proceso migratorio experimentado por las primeras familias que se asentaron en Morelia, en congruencia con el método empleado, las narrativas se analizaron y se agruparon en cuatro categorías, construidas a partir de los relatos de las familias, no de categorías a priori: la experiencia migratoria en sí misma; los retos que implicó la migración; los recursos personales y colectivos para aprender a vivir con lo nuevo; la comunidad y sus valores culturales. Las dos primeras responden al objetivo de investigación, que alude a la vivencia y experiencias, y las siguientes, se relacionan con los recursos que como personas pusieron en juego, así como los recursos comunitarios en términos de valores. Se seleccionaron los fragmentos que permitían apreciar con mayor claridad cada categoría. A continuación, se desglosan las categorías.

 

Experiencia migratoria

Las experiencias de cada una de las personas que dialogaron sobre cómo llegaron a Morelia, presentan distintas formas de ese “encadenamiento” migratorio, dado que la salida de su lugar de origen implicó varios movimientos hasta que se asentaron en un sitio, como son los tres casos que se presentan a continuación. En ese proceso influyen las vivencias personales, duelos, las redes de apoyo con las que cuentan y las posibilidades de tener un empleo, lo que coincide con lo señalado por el INEGI (2020a) acerca de las motivaciones para migrar.

 

[Yo migré] desde pequeño, de 14 años. Me dediqué a pintar, dije “voy a vender y a pintar mi papel amate”, porque aquí ya empezaba a salir la gente del pueblo, así que yo me fui a Taxco, después fui a Cuernavaca, a México (Tepito), a Puebla, Oaxaca. Después regresé y me junté aquí en el pueblo, y de ahí mi suegro me dijo que si quería ir a Morelia, le dije que sí y me fui con el suegro. Pasamos por Uruapan, Pátzcuaro, y así andaba vendiendo, hasta que al último nos quedamos en Morelia a vivir. Nos gustó el clima, porque estaba bien, ni frío, ni calor; a la gente le gustaba nuestras artesanías, así que decidimos quedarnos en Morelia, pero sí fui a buscar a muchos lados donde vender, pero me gustó más Morelia. [Viví] con la incertidumbre de no saber qué hacer, si quedarme en alguna de las ciudades que había visitado, o de regresarme al pueblo y quedarme ahí otra vez, o buscar otro lado que no había ido a vender…, fue difícil decidir (Hombre 1).

 

Yo primero estaba en Cuernavaca, estuve viviendo allá seis años. Yo no salía de mi pueblo, hasta que mi esposo fue por mí al pueblo de San Agustín, y después de ahí, me vine para Morelia, porque una de mis hermanas me animó a venirme a Morelia, porque allá en Cuernavaca, se me murió un hijo que tenía, y entonces me decía que estar en Cuernavaca me haría sentirme más triste, porque ahí mi hijo murió a sus cinco añitos, pues recordaría todo lo que viví ahí con él, y entonces fue que nos venimos a Morelia (Mujer 2).

 

Primero me fui a trabajar a Santa Teresa, que quedaba a una hora de mi pueblo, de San Agustín. Estuve ahí tres años, tenía la edad de 15 años; después, me fui a mi pueblo, me casé, y ya a los 18 años me fui a México a trabajar en las obras que se hacían en las carreteras, en los edificios; era de “media cuchara” que yo trabajaba[2], ahí duré tres años. Después, mi esposa me dijo que ya no trabajara ahí, porque uno de mis primos se murió en esa obra, porque se cayó del tercer piso y perdió la vida, entonces, de ahí me fui a mi pueblo. Fui por las artesanías de mi esposa, porque ella me convenció de trabajar por nuestra cuenta; ella hacía artesanías de barro, hacía patos, ceniceros, figuras de burritos, todo de barro, y luego las pintaba. Entonces, me fui a Cuernavaca, a vender ahí, porque escuchábamos que la gente venía a vender ahí, o a Taxco, después de un tiempo, de dos, tres meses, mejor me fui por mi esposa, para que pudiera ayudarme y porque estaba allá, sola con mis hijos. Y sí, me los llevé a Cuernavaca, ahí sentimos el terremoto del 85, muy feo, después de ahí, migramos a Morelia Michoacán, fue porque la hermana de mi esposa nos convenció de irnos a vivir a Morelia. Fue porque, yo pienso que nos querían ayudar de una forma, porque estábamos tristes de haber perdido un hijo; ahí en Cuernavaca tuvimos a nuestro hijo enfermo, y no supimos qué fue lo que lo mató, qué enfermedad, entonces, pues para no tener recuerdos tristes, fue que nos venimos a Morelia con mi esposa y mis dos niñas más que me quedaban (Hombre 2).

 

Yo desde los 13 años, salí a trabajar, me fui a Iguala, Guerrero; me fui a trabajar solo como 15 ó 20 días allá. Esto fue en el mes de diciembre, me fui solo, me aventuré, ahí me fui sin nada, recuerdo que al caer la noche, hacía mucho frío para mí, porque como en el pueblo siempre hacía calor, pues no había necesidad de llevar cobijas y bueno, de ahí, me regresé al pueblo, estuve trabajando unos días ahí en la siembra, pero después me vine con mi papá, para Morelia. (...) Me tomó tiempo [adaptarme a Morelia], porque la verdad es que el clima de mi pueblo… ya me había acostumbrado; porque aquí hacía mucho frío cuando llegué, y andaba siempre con frío. Así que yo creo que fue más por el frío del clima de aquí de Morelia, también he escuchado de algunos de mis paisanos que ellos sí se acostumbraron más rápido, pero para mí fue el frío (Hombre 3).

 

Retos que implicó la migración

La acción de migrar constituye en sí mismo todo un reto: desapego del lugar de origen, separación de la familia, discriminación y estigmatización, barreras lingüísticas y culturales, dificultades para el acceso a vivienda y a servicios básicos, entre otras (Petit, 2003). Las narrativas de las personas participantes, permiten apreciar cuáles consideran que han sido sus principales retos al salir de su pueblo para vivir en Morelia. En primer lugar, muestran dificultades relacionadas con el lenguaje, lo que propicia exclusión y discriminación, con ello, inseguridad de las personas para interactuar y lograr su objetivo de instalarse en un sitio, sobrevivir y, ante todo, de poder vender sus productos.

 

Yo me fui de aquí de mi pueblo, me sentía diferente, me sentía algo sencilla, tenía miedo, para saber pedir las cosas, como pedir los chiles verdes no sabía, porque no sabía hablar el español, era como una mudita, me daba miedo los señores, porque no podía atender mi puesto, porque no sabía. Sí hablaba, pero náhuatl; si era diferente todo para mí, y pues nunca dejé de vestirme como me fui de aquí, me sentí triste, porque la gente se burla de ti, porque la gente no quería que te le acercaras por la forma de vestir, de hablar. (…)  El no poder hablar bien el español, el no poder comunicarte con las demás personas de aquí de la ciudad, el no poder ofrecerles bien mis artesanías, como yo quisiera, porque apenas y podía entender. Ese fue el principal reto, aprender [a] hablar el español (Mujer 1, sic).

 

El no tener seguro nada en el lugar que llegábamos, el no poder comunicarte con las personas, porque no sabía hablar en español, en pedir las cosas en la tienda y solo escuchando a la gente aprendí, y viendo televisión y ahí también aprendí algo (Mujer 2).

 

Fue difícil comunicarme con las personas de aquí de Morelia, porque yo no sabía hablar el español, para comunicarme con las demás personas (Mujer 3).

 

El proceso de adaptación por el que pasa la persona migrante, con frecuencia genera una situación de vulnerabilidad, ante la cual se detona angustia, estrés, ansiedad, tristeza e incluso, ira por tener que dejar lo conocido y asumir lo desconocido (López de Lamela Suárez, 2016); incluso, se viven diversos duelos (Achotegui, 2020). En este sentido, las y los participantes, sobre todo las mujeres, expresaron que el enfrentarse a lo desconocido: el idioma diferente, las costumbres distintas, los espacios desconocidos; además, la duda acerca de si se quedarían en el lugar que ahora residen o si tendrían que buscar otro lugar. Todo ello, les generó angustia, como lo expresan algunos participantes:

 

Con miedos, bueno para mí fue con eso, porque no sabía a dónde había llegado, algo nuevo, y más después el saber que la gente no sabía hablar como tú (Mujer 1).

 

A veces me angustiaba, porque como no sabía cómo sería irme a otro lugar, y luego ya había cambiado dos veces de una ciudad a otra, me preguntaba, si ya me quedaría ahí, o si, tampoco me acomodaría, y bueno, con dudas (Mujer 2).

 

Me sentía mal, porque no estaba seguro en un solo lugar, andaba de un lado a otro, y más porque mis hijas, ya tenían que estudiar, ya tenía que darle algo donde quedarse al menos un buen tiempo seguro; yo creo que si con algo de angustia, y presión. Tuvimos que ver, si nos quedábamos un lado nada más y bueno, arriesgarnos a ver cómo le hacíamos para estar de un lado a vivir nada más (Hombre 2).

 

La alimentación se vincula con el territorio donde se producen los productos que se llevan a la mesa. Por ende, no solamente tiene una función nutricional, sino también forma parte del acervo cultural, de modo tal que implica ciertas costumbres propias en las distintas fases de su producción y transformación, constituyendo así una manera de fortalecimiento identitario (Perafán Chilito, 2021). En este contexto migratorio, varias personas externaron su dificultad para adaptarse a la comida de Morelia, puesto que extrañaban su manera de preparar la comida y sus materias primas:

 

Lo más difícil fue comprar tortillas a máquina; es decir comer tortillas a máquina, porque nosotros ya estábamos acostumbrados a comer tortillas a mano, fue diferente; igual puede que la comida pues no había problema, porque nosotros hacíamos la comida, pero las tortillas, no; ya hasta después, que empezamos a hacer nuestras propias tortillas, y si también extrañábamos los quelites. Alguna otra comida hecha allá en el pueblo, era algo raro, porque salimos del pueblo, porque no teníamos dinero para comprar, pero aquí llegabas a vender algo y que pudieras comprar con lo que ganabas, con las ventas que te hacías, pero ahora no podías comprar manojos de quelites, o huazontles verdes y así bonitos como se da en el pueblo, entonces era algo también muy raro o triste (Mujer 1).

 

La comida, las tortillas de máquina, hasta que ya tuviéramos donde hacer nuestras tortillas a mano, porque como primero cuando llegas y no tienes estufa, ni gas, porque allá en el pueblo era de traer leña, de hacer en comal, y así cosas diferentes. También creo que fue difícil encontrar un cuarto donde vivir después para nosotros como familia, porque no nos querían rentar el cuarto porque yo traía dos hijos para acá y nos decían que no rentaban cuartos con niños (Mujer 2).

 

Lo más difícil, fue poder encontrar comida, porque aquí en la ciudad comían diferente a como nosotros comíamos en el pueblo. Así que en cuanto pude ganarme mis primeros centavos, me compré un molcajete pequeño para hacerme mi propia salsita, hacerme unos huevitos, y unas tortillitas, y semillas, pues, así si ya al menos con la pura salsita ya teníamos para comer a gusto, porque aquí en la ciudad, no hay comida picante. Bueno, ahora sí, poquito, pero creo que no como en los pueblos, comen más picante que nada…, como aquí se hace en licuadora, no sabe igual, yo prefiero en el molcajete, tiene otro sabor más bueno (Hombre 3).

 

Uno de los retos más difíciles de afrontar para toda persona migrante es la discriminación de que es objeto. De acuerdo con CONAPRED (s.f., parr. 1), la discriminación consiste en otorgar “un trato desfavorable o de desprecio inmerecido a determinada persona o grupo”. Las condiciones por las que las personas son discriminadas son múltiples, entre ellas: origen étnico o nacional, edad, sexo, discapacidad, religión, preferencia sexual, entre otras. Un cuarto reto que expresaron las y los participantes en esta investigación, se centra en sus vivencias de discriminación:

 

Sí viví discriminación, lo viví, porque el Gobierno no nos quería, nos quería regresar a nuestro pueblo, cuando fue la reubicación, porque nos quería regresar, y pues ya no podíamos porque nuestros hijos ya estaban estudiando en Morelia. La gente nos gritaba, “ai viene las indias”, o en la escuela nuestros hijos, les decían que tenían mamá india (Mujer 1).

 

Hace mucho tiempo, cuando llegamos aquí, sí siento que fue más la discriminación…, siempre nos decían la palabra “indio”, que porque hablábamos en nuestro idioma; y no todos, porque creo que algunos, aunque no les gustara como hablábamos, al menos, respetaban algunos eso, pero algunos que no, si nos gritaban “indios”, y más porque no sabíamos hablar el español. La verdad es que aquí fue que aprendimos hablar el español, estando aquí en la ciudad (Hombre 1).

 

Me gritaban en los camiones, en la calle, “ahí va la india María”, o sólo me gritaban “María, india”, y yo no les hacía nada. De hecho, yo ni sabía por qué me decían así, hasta después supe, que era una forma burlesca, se reían; pero tampoco sabía por qué se reían. Ya después, sí me daba coraje, porque decía ¿por qué son así las personas?, que uno ni les hace nada, ni les decimos nada. Pero eso fue cuando llegamos aquí, hace años, porque ahora, ya vi que la gente cambió un poco, ya nos felicita, el seguir hablando en nuestro idioma (Mujer 2).

 

Yo veía cómo la gente te ve feo por la forma en que te vistes o por ejemplo había gente que me arremedaba cuando estaba hablando yo en náhuatl, la verdad si fue así como veía que pues no le agradaba la gente (Mujer 3).

 

Giménez (2005) destaca como principales causas de la discriminación el etnocentrismo, la intolerancia y la xenofobia, ya que se tienen prejuicios que van generando estereotipos negativos hacia la población indígena. Las familias náhuatl participantes, sufrieron, y sufren aún (aunque en menor escala), el trato intolerante y xenófobo por parte de autoridades y población mestiza en general. La discriminación que vivieron, no se circunscribía a lo que les decían, sino a diferentes formas de trato agresivo, como el que relata Hombre 4:

 

El reto más difícil, fue el no tener una casa, una vivienda segura para mis hijas, para mi esposa, y más, así como nos trataban en donde íbamos a rentar, que nos decían que los niños no gritaran donde rentábamos. Fue difícil dejar nuestras cosas de un lado a otro, lo poquito que comprábamos, porque no sabíamos cómo llevarnos, y un carro pues no teníamos, rentar una casa también era muy difícil, porque a veces no nos recibían con niños, y si nos recibían, las personas que nos rentaban, nos trataban feo, me acuerdo que en una donde rentamos, nos apagaban la luz, después de las nueve de la noche, después nos cerraban la llave, en ese tiempo fue muy feo, yo decía pues pagamos la renta, la luz, el agua, ¿por qué los encargados o dueños se portaban así?, y bueno, considero que eso fue lo difícil, el no tener una casa.

 

Los recursos personales y colectivos para aprender a vivir con lo nuevo

Ante las circunstancias adversas, los seres humanos pueden deprimirse, sentirse derrotados y llegar incluso a situaciones extremas como el suicidio o buscar opciones que les permitan salir adelante, afrontar positivamente las situaciones y crecer, aprendiendo de la experiencia. Desde la psicología positiva, que se centra en el estudio de los elementos que permiten a las personas crecer y afrontar, se ha desarrollado literatura relevante sobre los recursos psicológicos con los que cuenta el individuo y que también se pueden apreciar en las colectividades. Así, Pérez-Padilla y Rivera-Heredia (2012), definen los recursos psicológicos como factores que permiten a las personas afrontar las situaciones que viven, los cuales se emplean principalmente cuando dichas situaciones se perciben como una amenaza o como condiciones estresantes.

En el caso de las familias náhuatl migrantes, se pudieron apreciar tanto recursos individuales como colectivos; puesto que están en función de las experiencias previas de los distintos miembros de la familia y de la comunidad, así como de aquellas condiciones más personales que hacen posible desempeñarse mejor en situaciones complejas. En primera instancia, como recurso individual, destaca la actitud resiliente, referida a la capacidad humana para resistir episodios traumáticos (Bolaños-Guerra & Calderón-Contreras, 2021). Algunas narrativas de las y los participantes, dan cuenta de su manera de vivir la resiliencia:

 

Poco a poco fui dándome valor, para no estar triste, porque dije “todos valemos igual”, dije “¿a dónde más iré?, ya no puedo irme a ningún lado, tengo que darme valor a mí misma, porque ya aquí siento que estoy mejor, en cuestión de subsistir en la alimentación, en el trabajo”. (...) Me daba vergüenza, pero a la vez, me sentía feliz, porque tenía con que poder comprar los alimentos para la familia, en el pueblo, no podía ganar dinero, porque no tenía qué vender, o a quienes venderles (Mujer 1).

 

Me sentí bien, porque cuando llegué, vi que la gente me compraba mis artesanías, dije “voy a echarle ganas para vender y hacerme de una casita”, porque tenía casita de paja; entonces cuando llegué, estaba feliz de ver a gente que le gustaba mis artesanías (Hombre 1).

 

Tuve que ser fuerte, porque la gente a veces es mala, bueno hay en todos lados, pero yo sentía más porque la gente te miraba feo cuando salíamos a la calle, y bueno creo que por todo lo diferente que hay en la ciudad, pero aprendes a vivir con las cosas nuevas, con el tiempo (Mujer 2).

 

[Para adaptarme a Morelia, tuve que] ser fuerte, no tener miedo para poder vivir aquí en Morelia, aun cuando no pudiera hablar el español, tuve que aprender (Mujer 3).

 

La comunidad y sus valores culturales

La pertenencia a un colectivo implica compartir elementos esenciales que faciliten la comunicación, las dinámicas cotidianas y las relaciones interpersonales, de tal suerte que sea posible que cada persona viva en consonancia con lo que comparte con otros y con lo que pueden construir en conjunto. Desde la perspectiva de la comunalidad, que supone un territorio, la organización comunal, la historia, las memorias, el conocimiento y las fiestas, principalmente (Martínez Luna, 2015), se puede pensar entonces, que lo que sostiene la vida diaria y hace posible vivir con las pautas de siempre y las nuevas, en interacción con la otredad, es cómo se actualiza el conocimiento ancestral, la historia, la memoria y las prácticas que se reconstruyen para hacer una nueva comunalidad; un nuevo conocimiento que haga posible la interculturalidad y la vida aquí y allá. Las familias náhuatl protagonistas de este estudio, viven su comunalidad y la defienden en un contexto diverso, usando estrategias que permitan a las nuevas generaciones amar su cultura, sus raíces, sus valores, para transmitir a las nuevas generaciones la herencia cultural de sus ancestros. Así relatan qué hacen para preservar su lengua, cultura y su cohesión comunitaria: 

 

Nunca dejando de hablar la forma en que hablamos, la forma de seguir con los mismos vestidos que me llevé de mi pueblo para Morelia, de seguir con la comida que hacíamos allá en el pueblo, de mandar a traer chipiles, huazotle para Morelia, de hacer tortillas a mano también ya aquí en Morelia, así y que mis nietos y mis hijos todavía les hablo en la forma que mis padres me enseñaron, así mismo (Mujer 1).

 

No dejando de hablar el idioma náhuatl, el no dejar de ir de visita al pueblo, las cosas que nuestros padres nos enseñaron, a no olvidar el pueblo, sus fiestas y tradiciones, porque hasta la fecha, aún seguimos trabajando para el pueblo, aunque estemos en Morelia, aún estamos cooperando para las fiestas de allá, aún tenemos cargos en el pueblo y yo creo que por eso no olvidamos lo que somos (Hombre 1).

 

Nunca olvidamos el cómo hablar nuestro idioma, el no olvidar cómo nos vestimos, las fiestas del pueblo, y las veces que visitamos al pueblo. No olvidamos allá nuestras tradiciones, el que todavía trabajamos para nuestro pueblo de san Agustín, antes nadie conocía el pueblo donde vivíamos, ahora ya veo que sí, hasta ahí sale en televisión las fiestas que se hacen allá, y bueno yo creo que por eso no se nos olvidó todo lo que somos y todo lo que hacemos (Mujer 2).

 

Creo que más que nada, que se siguiera hablando la lengua náhuatl, que nuestros padres nos hablaran así, y también, que nosotros les hablamos a nuestros hijos igual, aun cuando la gente nos discrimine, no por eso vamos a dejar de hablarlo. Entonces yo creo que, por eso, por lo que les enseñamos a nuestros hijos todavía de lo que somos y hacemos en nuestras fiestas del pueblo, o lo que hacemos aún aquí en la comunidad náhuatl (Hombre 3).

 

La lengua es una forma de conocer, de concebir la vida, por lo que, como muestran las narrativas, mantener el leguaje de la comunidad de origen puede ser visto como resistencia ante esa “experiencia de vivir la extranjería en el territorio propio”, como plantea Bonilla (2020, p. 158). La comunidad busca sostener su identidad y resistir desde el uso del lenguaje, también lo hace al territorializar las prácticas, desde el espacio en el que viven, en colectivo, encontrando soluciones colectivas, celebrando asambleas y festejando, sin dejar de estar vinculados a su territorio, por las actividades que realizan y por la manera en que ciertas prácticas tienen lugar, viviendo este espacio como lo hacen en su comunidad de origen, para “hacerse del lugar” (Urbalejo, 2016). Así, la comunidad náhuatl en Morelia muestra posibilidades y abre caminos que le permite luchar para que en la ciudad, como señala Bonilla (2020), no se barran y borren las diferencias.


Discusión

Los hallazgos arriba descritos, coinciden con algunos otros estudios realizados en contextos similares. Con respecto de los motivos por los cuales migran personas del ámbito rural que se dedican a la agricultura, prevalece el deseo de mejorar su situación económica, como lo señalan Hernández Trujillo (2006), Santillán (2018) y Sobrino (2018), entre otros muchos autores. Con frecuencia, la causa es el deterioro ecológico de sus comunidades de origen, que ocasiona baja calidad en sus cosechas, entre otras situaciones (Ambriz Aguilar, s.f.). Se mueven familias completas, sobre todo en casos de indígenas, para vender artesanías o muebles, o hacia zonas agrícolas que requieren jornaleros (Méndez Puga et al., 2018; Méndez Puga & Vargas Silva, 2022). Asimismo, se aprecia cómo se apoyan en sus redes familiares, para encontrar empleo como para hospedarse, tal como se menciona en Ambriz Aguilar (s.f.).

Llama la atención que se han enfocado en la producción y venta de artesanías, donde recuperan elementos de su cultura y los vinculan con los propios del territorio michoacano, lo que los hace de alguna manera convertirse en emprendedores, que logran mediante el vínculo entre sus comunidades de origen y lugares de destino, a través de la confianza con sus paisanos y que van enseñando a sus hijos y nietos, de manera similar a lo que describen Rodríguez Herrera (2021) como franquicia social en el caso de los wixaritari de Aguascalientes y Flores Ávila et al. (2017) en el caso de muebleros de Capacuaro.

Entre las principales fortalezas de este estudio, destaca que la dialéctica etic-emic, propia de la etnografía doblemente reflexiva, se llevó a cabo a partir de cómo una autora náhuatl ve a su propio pueblo, desde dentro, pero también en diálogo con los saberes propios de la psicología, tales como recursos psicológicos, resiliencia, entre otros. Asimismo, se dialogó con las personas entrevistadas en Morelia acerca de cómo se había categorizado su información y, quienes podían hacerlo, leyeron la versión final del texto y la validaron, lo cual es también una práctica de la etnografía doblemente reflexiva que sustenta Dietz (2011), y que promueve la “interteorización” entre los saberes de los expertos por vivencia y los expertos académicos, a pesar del reconocimiento de las asimetrías entre participantes e investigadoras.

Aunque no es un estudio con fines de generalización, dadas las características de la investigación cualitativa, presenta como limitaciones un reducido número de participantes y solo de las primeras generaciones que migraron; sería recomendable un estudio longitudinal para ir recuperando las vivencias de las distintas generaciones, para identificar coincidencias y divergencias entre ellos.


Conclusiones

Las condiciones en que la comunidad vive en Morelia en las faldas del cerro del Quinceo se han logrado a partir de procesos de lucha y resistencia, de negociaciones apoyadas por algunas personas distantes del colectivo que pugnaron por hacer valer la igualdad de derechos, y por otras asociaciones que fueron solidarias con ellos. Aunque casi todas las familias que llegaron inicialmente estaban emparentadas de alguna manera, también estuvo presente el conflicto y hubo quien prefirió vivir fuera del espacio comunitario.

Al ir realizando las entrevistas, cuando las y los participantes iban relatando sus experiencias, se pudo apreciar en su mirada el recuerdo de los momentos de desesperación e incertidumbre. Las manos con las que han ido trabajando sus artesanías, evocan la manera en que han ido tejiendo colaborativamente una hermandad, fortalecida por la memoria y enseñanzas de quienes ya fallecieron. A lo largo de estos 55 años, han ido aprendiendo mucho sobre sí mismos y su sentido comunitario les ha permitido no solo sobrevivir, sino hacer presencia en una ciudad ajena a su cultura, dando un mensaje testimonial del valor de la comunidad.

Si bien los retos que enfrentaron estas primeras familias migrantes no han desaparecido por completo, sí ha habido avances y aprendizajes interculturales. La discriminación de que han sido objeto, sigue presente, sobre todo en el trato que reciben de las autoridades; por ejemplo, aún sucede que, si ven a las mujeres con su vestimenta tradicional, las presionan para que se vayan de sus espacios de vendimia porque “no tienen permiso”; a pesar de ello, siguen usando su ropa originaria. Las dificultades lingüísticas también se hacen presentes, aunque ya toda la comunidad es bilingüe, al no ser el español su lengua materna, presentan mayor dificultad, especialmente en los procesos de lectoescritura en la escuela.

No obstante, sus fortalezas y recursos siguen presentes: continúan incidiendo en su actitud resiliente, puesto que la comunidad misma sigue siendo una fortaleza que está presente en Morelia, pero con un sólido vínculo con su pueblo San Agustín Oapan; esto les permite sentirse pertenecientes a las dos comunidades. Algo muy relevante ha sido el papel de las mujeres, quienes han transformado ciertos aspectos de su forma de concebirse, que, si bien no se aprecian por completo en los relatos, se observan por la forma en que fueron tomando un lugar en la organización comunitaria, por los roles que asumieron y por lo que implicó para todo el colectivo.

La lengua, la cultura y todo el conocimiento que han podido resguardar está en todos los lugares en que habita esta comunidad, sin que ello implique que no cambie y se transforme para lograr así nuevas formas de relacionarse y de conocer el mundo; esto, por ejemplo, se percibe en la escolarización que si bien no la asumen por completo como una posibilidad, el que incorporen otros saberes, como el que se pone sobre la mesa en los diálogos generados para esta investigación, avizora otros caminos.

Resulta relevante cerrar con la apreciación de una integrante de la comunidad, quien hace notar que las risas de sus niños el día de hoy, los inspiran a nunca detenerse, a seguir trabajando y construyéndose a sí mismos para el futuro de cada familia en la comunidad; las mujeres, los hombres y niños nacidos en Morelia, se sienten orgullosos de sus raíces náhuatl presentes en Morelia, con el latir de lo que sus padres y abuelos les han transmitido de forma oral, a través de su idioma náhuatl.


Agradecimientos

A las y los integrantes de la comunidad náhuatl Chikahuak, por permitirnos hacer este trabajo sobre su proceso de migración, y de su trayectoria y lucha como comunidad indígena en Morelia Michoacán, y por abrirnos su alma y corazón para conocer lo que cada quien ha hecho durante este trayecto de migración.



[1] Todas las entrevistas se hicieron en náhuatl y se tradujeron al español por la primera autora, hablante del náhuatl, respetando el habla de las personas entrevistadas.

[2] La expresión “de media cuchara” alude a un aprendiz o ayudante de albañil.

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Correspondencia

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